Cultura

Todo al rosa: cuando los estereotipos de género siguen ganando la batalla

En 1992 Michelle Pfeiffer daba vida al personaje de Catwoman en la película Batman Returns, del director Tim Burton. En ella, se nos muestra a Selina Kyle, el nombre real de la superheroína antes de experimentar su transformación, como una mujer prototipo de los años 90, una mujer comprometida con la tercera ola feminista en boga en esos momentos y víctima de los micromachismos del día a día. Tanto Selina como posteriormente Catwoman representan una imagen de mujer fuerte e independiente, sin embargo, en un momento de la película se nos expone su intimidad de la forma más estereotipada posible: su apartamento está decorado al más puro estilo de casa de muñecas en la que, por supuesto, predomina el color rosa.

No es el único caso donde los personajes femeninos y este color van de la mano. Sin ir más lejos, cuando pensamos en la figura de la Barbie, que poco tiene que ver con Catwoman, se nos viene a la cabeza esa muñeca rubia capaz de realizar todas las profesiones existentes sin dejar de estar bella, y que, por su puesto, vive en una casa donde hasta el último rincón está pintado de rosa. Las princesas de Disney, Shizuka de Doraemon o Skye de La Patrulla Canina, entre otros muchos personajes femeninos de la ficción, están rodeados de un halo de color rosa que hace que se perpetúe esta asociación en sus espectadores, especialmente, en los más pequeños.

El uso de este color en este contexto no es, en absoluto, fruto de la casualidad. La teoría del color y las connotaciones que éste tiene en nuestro cerebro han sido claves a la hora de determinar el binomio rosa-femenino. Según la teoría del color, el rosa es un color suave y amable, que induce en el espectador connotaciones positivas relacionadas con el cariño, el amor y el cuidado. Es una llamada a la delicadeza y la sensualidad, a la eterna sonrisa y al positivismo, un reflejo de que, viendo la vida de color rosa, nada puede salir mal. Estas connotaciones a simple vista cargadas de inocencia se vuelven un arma de doble filo al asociarse a estos personajes, pues, automáticamente, al dotar a las protagonistas femeninas de este color, se le añade también la carga simbólica que acarrea.

Así, por mucho que se nos oferte una imagen de mujer independiente, capaz de hacer frente a todas las circunstancias adversas que se le pongan por delante, gozando de fuerza y poder, al final siempre existe la carga rosa. Esa carga rosa que denota cuidado, cariño y amabilidad, todo lo que históricamente se ha delegado en la mujer, todo lo que se espera de ella sea como sea y haga lo que haga, todo lo que, si no cumple, le va a hacer fracasar como parte de su género.

Asociadas a la figura femenina están todas las tareas de cuidado, bien sea del hogar, de la familia, o del exterior, y de las mujeres siempre se espera una respuesta delicada y sensible, un tacto único y especial acompañado siempre de una gran sonrisa inquebrantable. Todo lo que se salga de ahí, cualquier subida de tono o cualquier comportamiento ligeramente más brusco o, incluso, que pueda llevar implícito cierta autoafirmación, ya supone un desliz de este cometido, un fracaso denigrante, una decepción social y personal.

Perpetuando estos estereotipos, echando mano de este color asociado a estas tareas y connotaciones y continuando la saga de personajes fuertes pero sujetos al peso de su género (sea de forma más o menos evidente) solo se conseguirá que todo el peso de los prejuicios banales que se han creado sobre los diferentes géneros, en este caso concreto, sobre el género femenino, vayan haciéndose más y más grandes, vayan calando en las nuevas generaciones que se empapen de la presencia de estos personajes, y la desigualdad contra la que se está llevando acabo una lucha infatigable nunca vea su fin.

Los colores no son más colores, pero, según la teoría del color, su efecto en nuestra mente tiene unas connotaciones que, usadas de manera erróneas, pueden llevar a construir una imagen falsa de la realidad. La cultura y los personajes de ficción son, en cierto modo, un reflejo de esta realidad, y si se continúa asociando colores y connotaciones con según qué personajes, se va a seguir contribuyendo a la construcción de un imaginario machista y reductor, en lugar de ayudar a educar en una consciencia más real, más igualitaria, en la que el rosa y sus connotaciones sean, ni más ni menos, que un color más a disposición de todas las personas.

Elena Romero

Estudiante de Periodismo y Humanidades en la Universidad Carlos III de Madrid. Muy del arte, muy del Sur, y muy de dejarme atrapar por las vueltas de la vida. De mayor quiero no dejar de aprender nunca.

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