Un café con..

Santi Rodríguez: «Yo valoro el estar vivo porque le he visto las orejas al lobo varias veces»

Una de esas caras conocidas del mundo de la comedia actual es el actor Santi Rodríguez. Criado en Jaén, comenzó contando chistes y haciendo pequeños monólogos en pubs de Andalucía, pasó por El Club de la Comedia e interpretó al Frutero en la serie 7 vidas, una de las primeras sitcom de España, y no dejó indiferente a los espectadores tras su participación en Gym Tony. Además de sus apariciones en programas de televisión como Tu cara me suena, Atrapa un millón o Ahora caigo, el comediante lleva más de tres décadas sobre los escenarios.

Del 1 al 12 de junio en el Pequeño Teatro Gran Vía, Santi Rodríguez disfruta de una temporada en Madrid con su último espectáculo, «Espíritu: una comedia para morirte de risa«. No es un espectáculo basado en hechos reales… pero casi. El humorista ha estas varias veces a punto de «cruzar al otro lado», por lo que está preparando sus cajas para su próxima mudanza. Lo que no se imagina es que ya está muerto y ahora es un espíritu que reflexiona sobre la vida, lo difícil que es ser un muerto, que está bien reírse cuando tenemos miedo, pero que nunca hay que tenerle miedo a la risa.

Además de preguntarle sobre sus puntos de vista de la comedia en la actualidad, su trayectoria desde sus comienzos y sus momentos más duros cuando tuvo su infarto, hablamos con Santi Rodríguez para conocer acerca de su nuevo espectáculo «Espíritu«.

¿Cómo te sientes con tu espectáculo “Espíritu”?

Muy contento por la respuesta del público. Siempre te gusta que te digan “me lo he pasado muy bien”, porque yo salgo y siempre hay gente esperándome, pero es curioso cuando salgo y lo que me dicen es “muchas gracias”. Por la reflexión del final, por poner un poco a la gente en guardia sobre algo que todos sabemos, pero no hacemos nada por remediarlo, que es que la vida se pasa rápido y hay que hacer algo. Estoy muy contento con todo el público, pero el público de Madrid está más acostumbrado a ver más teatros y tienen más obras de referencia, con lo cual, tiene más mérito.

Es un show de humor, pero también tiene un punto reflexivo con mucho peso, ¿a qué se debe? ¿Te emocionas?

Yo siempre intento, cuando empiezo un espectáculo nuevo, añadir algo más, la máxima del circo “más difícil todavía”. Y, con este, pues me he acercado más al teatro, me he alejado un poco del stand up comedy, no deja de ser monólogo, pero hay más dramaturgia, hay personajes, hay interacción con el público y, sobre todo, la reflexión final, que sale del corazón y es algo muy sincero. Sí, me suelo emocionar porque me sale del corazón, y eso la gente lo recibe muy bien.

La reflexión del final es muy íntima…

Sí, es una reflexión al fin y al cabo sobre la vida y la muerte, y hablo de la gente que se nos ha ido en estos dichosos años, que no vamos a olvidar en la vida, y todo el mundo tiene a alguien que le viene a la mente. El público viene con ganas de descargar un poquito, de pasar un buen rato y que, al final, se encuentran con el añadido de la reflexión final.

¿Crees que tenemos muchos miedos, como a la muerte, por ejemplo?

Vivimos toda la vida rodeados de miedo, miedo al futuro, a la incertidumbre, al qué dirán, a discutir, a no tener dinero, a estar malos, a no tener salud… Todo es miedo, y vamos andando entre miedo, entre dudas y entre quejas, mientras que la vida pasa, y cuando echas la vista atrás, resulta que han pasado un montón de años que ya no vuelven. Como decía Pedro Guerra, muy amigo mío, en una canción: “La lluvia nunca vuelve hacia arriba”. Pues esto es igual, la vida no regresa, no puedes echar marcha atrás. Entonces, momento que desaprovechas, momento que ya no vuelve.

Santi Rodríguez en «Espíritu»

¿Cuándo te das cuenta de que hay momentos que ya no vuelven?

Pues cuando he tenido algún acontecimiento complicado de salud, como cuando tuve el infarto hace tiempo. Recoloca un poco tu orden de prioridades y, además, no es difícil. Yo siempre recomiendo hacer una de las pautas del mindfulness, que es hacer una lista al final del día con las cosas que han merecido la pena. Hay muchas cosas que son normales, y que, siendo a diario, son bonitas, por ejemplo, estar vivo, que salga el sol, que la comida esté buena, recibir una noticia bonita, hablar con un amigo… Al final, te das cuenta que esas cosas a las que no prestabas atención, porque eran diarias, son tan bonitas. Por ejemplo, una cosa muy simple, como un abrazo: en estos dos años no hemos podido darlos y, a mí, me ha hecho falta darlos y no se podía. Cuando ha faltado, lo hemos echado de menos.

Has tenido que traer a un espíritu al escenario para hablar de estos temas…

Se trata de hablar sobre mi posible muerte y jugar con el “¿qué podría pasar si uno se muere y no se da cuenta?”. Al fin y al cabo, vengo a hacer una crítica de cómo nos comportamos a veces los vivos, pero visto desde el punto de vista de los muertos.

«Hay que buscar las herramientas para intentar ser lo más optimista posible».

Hay personas que están vivas, pero parece que van muertas por la vida, ¿no crees?

Sí, y además nos dejamos llevar por mensajes catastrofistas que nos meten. Yo creo que la ilusión y la esperanza son de las poquitas cosas que le van quedando al ser humano, por lo que hay que pelear a muerte para que eso no lo perdamos. Y hay que buscar las herramientas para intentar ser lo más optimista posible.

¿Este relato nace de una idea personal?

Mi primera dificultad, que me pasa siempre, está en decidir sobre qué voy a hacer algo. En este caso, una vez decidido, me he documentado mucho: he leído libros sobre fantasmas, experiencias paranormales… Aunque eso luego queda en un foso muy pequeñito, pero ahí está.

Ya llevas varios meses con el show…

Sí, estrené en agosto del año pasado, hice una gira por los pueblitos de Jaén, mi tierra, por donde nunca pasa nada, pasan muy pocas obras por allí.

Además, por allí tienes el misterio de las caras de Bélmez…

¡Sí, es verdad! Cuando pase por allí, iré a visitarlo. Es una cosa muy curiosa. Yo creo un poco en esos temas, algo que lleva tantos años… algo hay ahí.

¿Cómo llevas el ser el one man show, tú sólo y el escenario?

Tiene sus cosas buenas y sus cosas malas. Por ejemplo, el día que no funciona, no puedes descargar la responsabilidad en otro (Risas), pero cuando sale bien, la recompensa va para mí. Bueno, para mí y para dos personas fundamentales en este espectáculo, que no se ven, una de ellas es Kikín Fernández, que es quien ha escrito el texto y dirigido la obra, con quien llevo trabajando muchos años y es un profesional increíble, y el técnico Adrián Álvarez, que es un puñetero reloj, no falla una. Salir a escena tu sólo sabiendo que no te tienes que preocupar de nada, nada más que de trabajar, porque está todo muy medido, ayuda mucho.

¿Cuál ha sido el reto de esta obra?

El reto ha estado en encontrar la manera de sorprender. Y a mí hay una cosa que me gusta cumplir cuando comienzo un espectáculo, que es “no molestar”. Defiendo a muerte la libertad de expresión en cualquier dimensión, y en el humor igual, pero yo sigo la línea del humor blanco, que el público venga a divertirse sean de la ideología, religión, orientación, etc. Siempre hay alguien que se te puede molestar, pero en mi caso, tras muchos años haciendo humor, se ha molestado muy poca gente. Mi función es hacer que la gente que venga, se divierta.

¿Estás recorriendo todo el país?

Tengo una oficina que me mueve por toda España, que es MPC Management y tenemos hasta febrero del año que viene prácticamente todos los fines de semana programados. Con tres espectáculos: Espíritu, Infarto y Como en casa de uno.

También hay alguna voz conocida como el Comandante Lara…

El Comandante Lara ha sido increíble. Yo me llevo muy bien con todos los compañeros, pero tengo una relación muy especial con Luis. Ha hecho el trabajo que le pedí con un cariño y con una profesionalidad… Yo le mandé la idea y él me devolvió el audio que oís en el espectáculo, lo clavó, no hizo falta más. Es un gran profesional y espero que Luis siga con sus chistes, pero le enseñe al público muchas más de las facultades que tiene tan increíbles. La presentación es de Rafa Saucedo, que es un actor de doblaje que ha hecho un trabajo maravilloso. Me mandó el audio y le metimos unos efectos que quedaron muy bien. Y la música es de Víctor Parejo, amiguete de Málaga.

¿El espectáculo es una consecuencia de que has visto la luz del final del camino?

Es todo muy banal, salvo el final. Hay un momento en el que digo: “Cuando llevas toda la vida aprendiendo a estar vivo, de repente te mueres y otra vez a empezar”. En este mismo teatro, hace unos años, tuve una bajada de tensión a 1.3. Ahí, a punto de entrar el público. Tuvimos que suspender la función, lógicamente, vino el SAMUR… Yo valoro el estar vivo porque le he visto las orejas al lobo varias veces. Pero en el espectáculo de Infarto lo contaba, uno tiene dos opciones: entrar en un bucle tóxico de renegar de lo que te pasa, o salir de ese tornado y valorar la segunda oportunidad que tienes y no seguir quejándote en la medida de lo posible.

Escena de Santi Rodríguez en «Espíritu»

¿Crees que nos quejamos mucho?

Mira, yo hago muchas cosas solidarias, y ves muy de cerca con qué tienen que convivir muchas personas. Hace muy poco estuve en Tudela con los padres de dos niños que tienen un síndrome raro, hay tres casos en España, y los niños tienen una esperanza de vida limitada, van degradándose a nivel físico y psíquico, van perdiendo movilidad y dejando de hablar… Tú ves eso y piensas “yo no tengo derecho a quejarme”. Trabajar con personas que no tienen tanta suerte en la vida, también te recoloca. Yo relativizo muchísimo cuando veo a gente discutir por tonterías.

Por ejemplo, en redes sociales…

Yo ahí entro diciendo “Hola, estoy en tal sitio”. Cada vez opino menos, porque da igual lo que hagas, la gente quiere discutir y está todo muy polarizado. Entran en tu casa, que es tu perfil de la red social y, sin pedirte permiso, se permiten opinar como si fueran de tu familia, como si llevasen toda la vida contigo. Yo siempre intento hablar con mucho respeto, pero podemos dialogar si tienes opinión distinta. Yo creo que el fallo en el que hemos caído, que nos han planteado no se sabe de dónde, es la polarización y mirar nuestras diferencias. Yo creo que una de las primeras rebeliones que tendría que hacer la gente es rebelarse contra eso, claro que somos distintos, y qué bonito, pero vamos a ver qué cosas tenemos en común, que algo tendremos.

«Me gustaría que llegase el momento en el que se pudiera hacer humor de absolutamente todo».

¿El humor evoluciona?

Bueno, el mío no. El mío sigue una línea muy normal, porque yo soy una persona muy normal, cocino, plancho, estoy con mi familia, hago las tareas de casa… Sería muy complicado que yo hiciera un humor enrevesado o actual. Yo admiro a la gente joven, y no se me ocurre poner en tela de juicio lo que están haciendo las nuevas generaciones. Porque yo no entienda ciertas cosas, el problema es mío, pero las nuevas generaciones están haciendo algo maravilloso. Me gustaría que llegase el momento en el que se pudiera hacer humor absolutamente de todo y no se echara nadie las manos a la cabeza por nada. Da igual si hablas del color de piel de alguien, de los gustos sexuales, de las creencias religiosas… Vamos a reírnos un rato, a mirarnos al ombligo y a dejar de tensar la cuerda tanto por todo.

Por ejemplo, el caso de Will Smith en los Oscar de este año…

Algo puede no hacerte gracia, pero no puedes linchar a una persona. A ti no te gusta esto, pues no lo veas, no lo consumas, evítalo si puedes. Personalmente pienso que límites en el humor no debe de haber. Defiendo que da igual lo que tú hagas en el teatro, y que nadie es quién para decir de qué puedes hablar y de qué no. Si haces humor machista, feminista, arcaico… Eres muy libre y tienes el derecho a hacerlo. ¿Que no va a gustar lo que haces? Bueno, pues pagarás las consecuencias de tener el teatro vacío, pero nadie es quién para decirte el humor que puedes hacer. Cuando veo críticas a cualquier compañero, sea el que sea, sea el humor que sea, pienso que se están equivocando. Creo que hay que respetar lo que hacen los demás y tomarse las cosas con relajación. “A mí no me gusta lo que haces y es una mierda”: que no te guste es respetable, pero que lo consideres “una mierda” … ¿Con qué criterio? ¿En qué te basas?

¿Tenemos un rasgo peculiar en España con respecto a la comedia?

Yo huyo de los tópicos. Por ejemplo: “Porque seas andaluz, vas a ser gracioso”. O no. Hay graciosos, pero también no los hay. El humor está por toda España. Por ejemplo, el humor manchego con Muchachada Nui, los gallegos como Luis Piedrahita o David Amor, en Cataluña hay una escuela increíble, en Andalucía, por supuesto. Mira, en Andalucía tenemos fama los que somos de Jaén de no tener gracia, y tengo compañeros como David Navarro, Guelmi, Eva y qué, Eva Lendínez… Es muy curioso porque en España hay gente que hace humor desde la defensa de lo nuestro o criticando lo que tenemos aquí. Yo en el espectáculo Como en casa de uno, hago una visión criticando lo que hacen en ciertos países y luego acabo criticando lo que hacemos en España.

¿Crees que la comedia no está valorada?

Yo muchas veces me lo pregunto, pero ya llega un momento en el que piensas “esto es lo que hay”. No tiene sentido rebelarte, hay que aceptarlo y preocuparte por hacer bien tu trabajo y ya está.

¿Cómo es dedicarse al humor como profesión?

Es maravilloso. Yo soy un privilegiado, por eso te digo que no tengo derecho a quejarme por nada. Tengo muchísima suerte. Me va bien en la vida, tengo trabajo, tengo salud a pesar de los acontecimientos que he tenido, mis hijas están sanas… Y salgo contento. Mira, yo ayer llegué reventado al teatro, porque estuve todo el día dando entrevistas, pero sales al escenario, empiezan las risas y se acabó. Me dijo el técnico “Santi, ha sido una función cojonuda”. Y fíjate, estaba reventado, pero salir y que tu trabajo le cause bienestar a la gente me parece brutal.

Santi Rodríguez caracterizado de espíritu en «Espíritu»

¿Cómo recuerdas tus primeros años en el mundo de la comedia?

Yo empecé en Granada, en el Pub Liberia, contando chistes, y luego empecé a hacer monólogos cuando no había nadie. No existía El Club de la Comedia. Yo oía a Gila, oía a Pepe Rubianes, que era una bomba de relojería de humor. Era complicado, porque yo llegué a Madrid sin que me conociera nadie. Hoy en día sabes que hay monólogos, que llegas, te sientas, y va a empezar algo. En mi época, la gente estaba tomando copas y, de buenas a primeras, se paraba la música y salía un tío muy feo contando unas cosas muy raras (Risas). No había nada, y la gente decía: “¿Y éste imbécil? ¿Qué hace ahí arriba?”. Pero, a la vez, es muy enriquecedor, porque vas cogiendo armas tú mismo, nadie te enseña. Sobre todo, para empezar y captar la atención, y ya lo consigues. En cambio, en un teatro, la gente ya está sentada y en silencio, y piensas que es el paraíso.

¿Y en televisión?

Me costó mucho llegar. Hoy en día hay miles de soportes digitales, redes, plataformas, más cadenas. Es más rápido llegar, pero no más fácil, porque con la misma rapidez que llegas, la gente lo consume y lo olvida, tiene su dificultad.

Cine, televisión, teatro… ¿Con cuál te quedas?

Teatro, siempre. La tele es muy necesaria, y yo llevo casi cinco años sin hacer algo fijo como una serie, un programa, no salgo con frecuencia en televisión y eso se nota. Tengo mi público, que viene a verme y se lo pasa bien y repiten, pero cuesta más llenar el teatro. Pero yo disfruto y vivo de mi trabajo.

¿Cómo es tu rutina diaria?

Cuando estoy en casa, me levanto por la mañana y hago mis tareas de casa, dejar la casa operativa. Y luego, depende. Ahora estoy organizando la gira que voy a hacer por los pueblos, julio y agosto, y atiendo correos y programando las actuaciones que tenga esa semana. Y disfrutar de la vida.

¿Y cómo es para ti disfrutar de la vida?

Poder disfrutar de tu tiempo, leerte un libro, llamar a los amigos, que pasan días enteros y no los llamas, poder estar con tu familia… Si estoy en Jaén, hay un día que lo normal es coger a mi madre, bajármela a casa, comer con ella, pasar un rato…

¿Cómo te sientes cuando tu familia y tus amigos van a verte al teatro?

Es muy especial. Mira, mi padre falleció un 21 de octubre, y el 29 de octubre, a los ocho días, yo actué en Jaén en el teatro. Imagínate. Yo no sé cómo tuve fuerzas, porque hice, además, dos funciones, el 28 y el 29. Al final, le mandé un besito. Es muy especial cuando viene tu familia. Mi mujer es normal que venga. De hecho, esta tarde viene de Jaén a verme. Es especial cuando vienen tus amigos, o cuando viene alguien conocido. Por ejemplo, la semana que viene vendrá Pedro Guerra a verme, que hemos hecho mucha amistad en muy poco tiempo, y te motiva saber que tienes entre el público a alguien especial.

¿Por qué el público no se puede perder “Espíritu”?

Porque el humor siempre es necesario, pero ahora más que nunca. Van a ver una obra en la que, seguramente, después de haber pasado muy buen rato, van a salir planteándose si a lo mejor hay que recolocar las cosas en casa para llevar la vida de otra manera. Es significativo que el público me diga “muchas gracias por haberme hecho pensar, por hacerme dudar de ciertas cosas que no me daba cuenta y quizás me esté equivocando con mi vida”.

Igual vamos demasiado rápido por la vida…

Yo todos los días hablo con mi familia, y le digo a mis hijas que llamen a los abuelos, que me llamen, aunque sea un momentito. Hay que tratar que la vida no suprima la maravillosa posibilidad de disfrutar de los tuyos, y de cuidarnos también. Yo antes del infarto pensaba que el mundo se paraba si yo decía “no”. Y no es así, el mundo sigue, y no pasa nada si a una cosa que no te apetece y que no te va a aportar nada, dices que no. Y te quedas en tu casa, tan a gusto, con tu familia, sin hacer nada, relajarte. Vamos a dos mil por hora, y tenemos que equilibrar la balanza.

¿Una anécdota divertida que te haya pasado en el teatro?

Sí, mira, hay una que me hace gracia. Yo respeto a la gente que lleva el teléfono encendido al teatro, porque puede ser algo importante. Pero esta gente que se tira toda la obra con la pantalla encendida, mandando mensajes… Además, cuando estás en el escenario concentrado y se enciende una luz, la atención se te va completamente. Yo, a veces, de manera simpática, doy un toque de atención, o me refiero a su acompañante “oye, ¿éste está con el móvil todo el día? Porque según en qué momentos, en pleno tu sabes, puede ser incómodo(Risas). Pero, una vez, a una señora le sonó el teléfono, se levantó, y me decía “tú no te preocupes, tú sigue”. Y se quedó en el pasillo hablando. Yo ya le pregunté “¿quién es?” y me dijo que era su hija, y yo le dije “pásamela, que vamos a hablar con ella”. Al final, colgó, y ya no lo digo por respeto a mí, sino porque está todo el público esperando a que ella termine de hablar. Hay un espectáculo, que se llama Tinder Sorpresa, de Andreu Casanova, que es muy gracioso, y suele referirse a la gente que llega tarde al teatro, y les da un toque, pero con buen rollo, riéndose todos.

¿Algún proyecto de futuro, además de la gira con tus espectáculos?

Si te dijera que no me apetece hacer televisión, te mentiría, porque me hace mucha ilusión. Pero yo una de las cosas que he ido aprendiendo con los años es que, si las cosas no pueden ser, no hay que darle más vueltas. Tampoco es que me haga imperiosa falta hacer televisión. ¿Que la hago? Me viene muy bien. ¿Que no la hago? No pasa nada, estoy disfrutando muchísimo con mi teatro, me da para vivir sobradamente, sin ajustes. También, antes que hacía teatro, cine y televisión, no vivía, no tenía tiempo, llevaba un ritmo muy intenso, por lo que pienso “¿hasta qué punto merece la pena?”. Y mi espectáculo es una consecuencia y un reflejo de lo que he llegado a darme cuenta y puede servirles a otros además de hacerles reír.

 

Santi Rodríguez está del 1 al 12 de junio en el Pequeño Teatro Gran Vía los m

Juan María Villagrán

Comunicador. Decidí dedicar mi vida a la comunicación desde diferentes vías, como son las palabras, las redes sociales, la fotografía o el cine. Presentador y ponente de eventos. Me gusta vivir experiencias para poder contarlas.

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