Rubén Pareja Ramírez| Málaga. 25 Septiembre.
El pasado jueves tuvo lugar la tercera gala de Gran Hermano 16, a la que Maite tuvo el honor de asistir tras haber abandonado la casa. El comportamiento de la conductora de autobuses en la casa de Guadalix de la Sierra acabó con la paciencia de los demás concursantes, que decidieron que fuese la primera expulsada del programa.
Lo cierto es que este tipo de individuos con esta personalidad lleva existiendo en Gran Hermano, desde sus orígenes, pero lo que ahora se ve ahí causa una mezcla entre vergüenza ajena y perplejidad.
En primer lugar, por la recién expulsada. Maite era constantemente aconsejada por su hija, Sofía, de que no actuase de forma tan soez y vulgar. Su desprecio hacia los demás la llevó, evidentemente, a la perdición. El momento en el que se decidía la expulsión entre ésta y Raquel parecía (por desgracia) el climax de una obra de ficción que tuvo eclipsados a 2,9 millones de espectadores. “Gracias, mami. Te quiero”, decía llorando una aliviada Raquel que más tarde se quedó perpleja cuando escuchaba los aplausos desde el plató cuando la nombraron nominada.
Otro irritante factor es el “ecosistema” que nos encontramos. Las continuas historias románticas entre individuos como Aritz y Han, o entre Suso y Sofía suscitan el profundo ridículo que llevamos dentro, que nos hace preguntarnos si los españoles no tienen en su vida otra cosa mejor que hacer que estar pendiente de esto. Individuos como Suso aparecían en espantosos resúmenes con reggaeton de fondo, quien se encogía la camiseta junto a Muti en el confesionario. También podíamos ver las interesantes aventuras entre Suso y Sofía en la cama o en el jardín, algo que provoca que eches de menos la efímera “Alfombra Roja Palace”. Tampoco debemos olvidar el momento de euforia de Amanda, quien, tras encontrar la medalla que escondieron tres actores de “Gym Tony” y que le permitía nominar directamente a algún concursante, comenzó a saltar y a gritar por los sofás como una posesa. Sofía acabó siendo la elegida. Y, por último, el nivel de cultura que demuestran frases como “Un cuadro abstracto no expresa nada. Yo sé de cuadros y voy a una discoteca y sé lo que es un cuadro y lo que es un pibón”.
Llegó el momento de nominar. Una torturante voz de chica con acento de barrio llamaba a cada uno al confesionario, tras una melodía idéntica a la que llaman a las cajeras en el súper. Y otra robótica voz a lo Darth Vader pedía a cada uno que mencionara a sus dos nominados, con sus respectivos puntos, y el motivo de la elección.
En la gala tuvo lugar el interesante debate sobre el comportamiento de Maite, a quien defendía una amiga suya por ser “una de las concursantes más extrovertidas que ha habido, y a la que no han valorado”. Una Mercedes Milá con su nuevo peinado a lo Brigitte Nielsen recibió a la recién eliminada y comenzó a destacar los momentos más importantes y las escenas en las que ella no estaba presente, para hacerle entender su indigerible actitud en Guadalix, mientras ésta trataba de defenderse con su misma naturalidad que en la casa.
Y, tras las nominaciones, las charlas y una partida de comecocos humano, la gala terminó. Es interesante (e indignante) que este programa siga teniendo éxito tras su estreno en España hace 15 años con este tipo de contenidos, mientras longevos concursos de verdad como “Un, dos, tres…” acabaron perdiendo el respaldo de la audiencia. Sí. Tras escribir esto, un servidor preferiría poner a una joven Mayra Gómez Kemp repartiendo premios a los concursantes, aunque no hay que retroceder tanto. Mejores opciones pueden ser las curiosas antiguedades que nos ofrece “La casa de empeños”, o el humor que nos ofrece Richard Hammond con “Ciencia para torpes”, por ejemplo. A pesar de todo esto, nos volveremos a ver la próxima semana, a ver qué sorpresas nos esperan.
