Cultura

Álvaro de Luna ilumina la Gran Vía de Madrid

Abrirse un hueco en el mundo de la música es difícil; hacerlo dos veces es casi imposible. Álvaro de Luna ha tenido que enfrentarse a esa dura prueba y ayer, en el teatro Coliseum de Madrid, en plena Gran Vía, demostró que lo había conseguido llenando las tres plantas.

En noviembre de 2020 Sinsinati (y Álvaro de Luna) anunciaban que tomaban caminos separados tras tres años trabajando juntos. Después de haber alcanzado el número uno con Indios y vaqueros, y de haberse metido a un público fiel al bolsillo con temas como Cuando éramos dos o Similares, era lógico pensar que siguieran en esa línea recta ascendente que apuntaba a llevarlos muy lejos. Pero Álvaro se bajó del barco y volvió a empezar de cero. O no. 

Comenzar una carrera en solitario cuando has pertenecido a un grupo con éxito es cargar con una imagen y un peso a la espalda que se debe aguantar durante mucho, mucho, mucho tiempo, hasta que el recuerdo del conjunto se desvanece. Álvaro de Luna está en ello. 

Todavía nadie piensa en él sin acordarse de Sinsinati, sobre todo porque la mayoría de su repertorio sigue siendo compartido. Pero se dejaba llevar sobre las tablas del teatro madrileño acompañado por cuatro músicos que no eran los de siempre, y demostraba sentirse cómodo, seguro y cómplice con ellos. Nadie que le viera por primera vez diría que se trata de un pulpo al que le han quitado parte de sus brazos. 

Entró por el lateral izquierdo con ganas, a ritmo de Cuando éramos dos, y levanta el ánimo de todos los presentes. Cuando termina, sofocado por la adrenalina de salir de nuevo al escenario, da las gracias a su público por mantenerse y estar ahí, les pedía ser responsables y no levantarse del asiento. Después agradecía la valentía de gente como los organizadores del Inverfest, el ciclo musical dentro del que se encuentra este concierto que como él mismo dice, significa tanto para su carrera. «Quiero que lo vivamos como si fuera el primero y el último.» Dijo con una mano en el corazón. 

Y es que para él es uno de los primeros y nunca se sabe si puede ser el último hasta dentro de mucho. La energía que se palpaba en ese teatro era la de gente con mucha ganas de música, de tocarla y de escucharla, pero de vivirla al 100%, no sentados en una butaca. Álvaro se acercaba al borde del escenario y se quedaba tenso en el canto, como queriendo extender la mano y vibrar al mismo ritmo que los de a pie. 

En los conciertos de esta nueva normalidad falta algo de naturalidad y de libertad. Ir a un concierto sentado es como jugar al baloncesto con los pies atados. Pero ese halo de incoherencia que parece ser bailar con el culo pegado a un cojín esconde muchas ganas y solidaridad por parte de todo el que quiere apoyar a quien vive de la profesión, y multiplica por mil el vínculo entre cantante y público. 

Álvaro de Luna se movía de un lado para otro, a veces con su guitarra al hombro y otras micro en mano, cantándole al amor, a Madrid y a Portugal,  la vida  y a la improvisación. Sin embargo, parecía que se le quedaba pequeño, se sentía como aprisionado, ponía una mano sobre el pecho, y se abría un poco la chaqueta vaquera para respirar. 

Ninguno de sus gestos pasaban desapercibidos, y él lo sabe. “¡Quítate la chaqueta!” le gritaban desde el patio de butacas queriendo que se quitara mucho más. Es un músico consciente del efecto que su actitud puede tener en la gente que está viéndole, el que va mucho más allá de si canta bien o mal. Él lo explota con mucho acierto. Les sigue un poco el juego, pero se mantiene en su lugar. 

Hizo un recorrido rápido por algunos de los temas de Sinsinati y dio paso a su amigo y compañero de profesión, el extriunfito Roi Mendez, con quien cantaba Aviones de papel, el tema del gallego en el que Sinsinati colabora. 

A la mitad del concierto se mostraba angustiado: “Me quedan pocas canciones por cantar” confesaba apenado por lo rápido que se le estaba pasando el tiempo. Se quedó solo en el escenario para cantar en acústico Juramento eterno de sal, su primer single en solitario, y se metía al público en el bolsillo, escuchando por primera vez el tema en ese registro tan íntimo. Después daba la bienvenida a su otro invitado, el cantante Dani Fernández, que seguro que en lo de abandonar el barco y nadar en solitario le habrá dado muchos consejos. Cantaban la versión de Disparos de Dani que versionó junto a Sinsinati, protagonizando el momento más enérgico y animado del concierto. 

Entre tema y tema hablaba con la gente. “Esta canción que viene ahora es muy especial” decía en cada pausa, quizá no siendo consciente de que estaba repitiendo lo mismo antes de cada tema. Pero luego las cantaba como tal. El sevillano se muestra mucho más suelto cantando que introduciendo temas, donde todavía le falta un poco de soltura.

Uno de los momentos más emocionantes lo protagonizaba cantando La flaca, el tema de Pau Donés, mientras le mandaba un beso hacia arriba. Antes de terminar el espectáculo, Álvaro de Luna quiso dar un regalo a los valientes que habían ido hasta allí, de la forma que más les gusta. Cantó en directo su nuevo tema, del que no dio título, y que tenía un regustillo a Sinsinati pero con un aire nuevo que marca el desvío que el sevillano está iniciando. Y después se despidió, no sin otro objetivo que el de escuchar como su público le pide que vuelva.  

Volvió con Cuando éramos dos, cantó el exitazo Indios y vaqueros y dijo adiós, ahora sí que sí, con la versión de Juramento eterno de sal con toda la banda. Despidió a su banda refiriéndose a ellos como «cojonudos» y «maestros» y con una promesa de verse pornto conel público.

El Inverfest de Álvaro de Luna ha sido corto, y un poco repetitivo en algún caso, pero son los primeros pasos a contracorriente de un artista que vuelve a comenzar una lucha que ya tenía ganada. 

Nos falta algo en estos conciertos, a los de arriba y a los de abajo. Pero nos sobran las ganas de querer más, y estamos dispuestos a esperar así. Nos vemos en los bares, como tú dices.

Lucia Tineo

Periodismo y Humanidades. La cultura como balsa de madera a la que siempre poder agarrarse. Caminando hacia el vivir conscientemente

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